Gabriel Boric y el busto de Salvador Allende

#9: Chile, Fidel y la quimera de la integración

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Si el 2021 terminó con la esperanzadora victoria de Gabriel Boric en Chile, el Año Nuevo arrancó con la profundización del proceso constituyente en el país trasandino. Luego de seis meses en los que se creó la institucionalidad que va a redactar la nueva Constitución, por estas horas está comenzando el proceso formal de debate de cada uno de los artículos de la nueva Carta Magna. La meta –también esperanzadora–: reivindicar un Estado plurinacional, el acceso universal a la educación y la salud, y mejorar las pensiones y jubilaciones.

Mientras tanto, la pandemia sigue adelante y en Argentina, por ejemplo, se bate récord de contagios para un solo día: 81.210 casos. El dato de apenas 49 muertes refleja la efectividad de las vacunas. Y no es casualidad: según el proyecto Our World in Data, Sudamérica se convirtió a fines de diciembre en la región más vacunada del planeta, con el 63,3% del total de la población. Sin embargo, la histórica desigualdad latinoamericana también se refleja en este tema: en Centroamérica y el Caribe la realidad es distinta, y de hecho Nicaragua, por ejemplo, tiene el 43% de su población con dos dosis; Jamaica, 18%,  y Haití, 0,62%.

Hablando de Latinoamérica y vacunas –y de conexiones libres–, para las Fiestas me encontré con un amigo antivacuna que me recordó que cuando Fidel Castro visitó Córdoba, allá por 2006, nosotros estuvimos ahí. Resultó ser su último viaje al exterior de Cuba, que reflejé en esta nota cuando murió, diez años después. Siempre me cautivó el dato misterioso: por el hermetismo y la seguridad de la gira, ni el propio Fidel sabía si iba a aterrizar en Córdoba cuando salió de La Habana. De hecho, el intendente cordobés de entonces, Luis Juez, le preguntó a Kirchner si Castro vendría. Estaba preocupado porque el líder cubano no iba a poder fumar sus tan ansiados habanos dada la prohibición para hacerlo en lugares cerrados: “¿Dónde lo podemos hacer fumar entonces?”. La cosa es que aparentemente con mi amigo –y otro más– estuvimos esa noche de julio en la que Fidel habló largo en la Ciudad Universitaria. No tengo ningún registro mental de eso, pero sí encontré el discurso en YouTube, y ya soy devoto de la frase que enarbola el escenario: “La integración es nuestra bandera antiimperialista”.

Es que yo creo que no hay otra: la unidad latinoamericana es la única salida a nuestro subdesarrollo estructural. Y es una idea que pude comprobar en los últimos días con algunos expertos con los que hablé sobre política exterior argentina para una nota en elDiarioAR. Porque el gobierno de Alberto Fernández está a punto de ser elegido presidente pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el foro político donde participan todos los países de la región, excepto Brasil por decisión de Jair Bolsonaro, y tampoco están EEUU y Canadá. Detrás de la espuma y el discurso político hay algo de búsqueda de la integración. Aunque es muy difícil. Por lo menos para este país, en el medio y más urgente está el FMI, EEUU, China, la inflación… 

Aunque cauta, la más optimista de las especialistas con las que hablé fue Araceli Díaz, investigadora del centro de estudios Atenea, para quien la presidencia argentina de la Celac podría reforzar la integración latinoamericana en línea con el auge de nuevos gobiernos progresistas, en los que también identifica a México, Bolivia con Luis Arce, Perú con Pedro Castillo, el futuro Chile de Boric y un Brasil presidido por Lula da Silva, si es que triunfa en las elecciones de octubre próximo. “Hay un desafío con la integración latinoamericana –me dijo–. En la pandemia los países no operaron en conjunto ni tuvieron una estrategia coordinada. Hoy en función de algunos cambios de gobierno, existe la posibilidad, no de recuperar lo que fue el mejor momento del Mercosur o la Unasur, pero sí de volver a poner un poco en agenda la necesidad de América latina de integrarse y tener en conjunto algún peso en el debate en el actual orden internacional. La Argentina tiene la posibilidad de liderar ese proceso en el armado de una estrategia latinoamericana, pero no es sencilla”.

Coincidió con el diagnóstico Francisco de Santibañez, vicepresidente Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI): “A nivel regional, hay una crisis de cooperación entre los países, profundizada por la pandemia”. Y señaló que el problema de fondo es que Latinoamérica no crece hace cinco años, por lo que ve necesario recuperar el eje Buenos Aires-Brasilia como motor dinamizador del Mercosur, el bloque –para él– más importante de este lado del mapa. De hecho, espera que la Celac no se meta en la disputa global entre EEUU y China, y remarcó la necesidad de “desideologizar” las relaciones internacionales: “Lo preocupante es que hay una tendencia a subordinar la política exterior a consideraciones domésticas. Eso lleva a que los presidentes vean la política exterior como una forma de contentar su base política o buscar apoyo político con gobiernos de signos ideológicos similares. Eso perjudica las políticas de integración. Unasur o Prosur no perduran porque responden a la ideología de los gobiernos de turno. No son políticas de Estado”. 

Y por último conversé con Juan Negri, director de las carreras de Ciencia Política y Gobierno y Estudios Internacionales en la Torcuato Di Tella, que remarcó una característica latinoamericana que hace casi imposible cualquier pretensión de integración, por lo menos al nivel que hoy tiene la Unión Europea: la accidentada geografía de la región, con una extensión que casi conecta ambos polos, una cordillera que es la espina dorsal de Sudamérica, el tapón de Darién que separa de hecho el Cono Sur de Centroamérica, la Amazonias impenetrable, la perpetua vecindad de México con EEUU… 

Justo sobre la relación simbiótica entre México y EEUU, y el resto de Latinoamérica, me dijo Negri: “Alberto Fernández desde que asumió siempre imaginó ser artífice de recrear el polo progresista en América latina. Pero ahí hay más consumo interno que otra cosa. La relación con México no terminó de tener la densidad que creo que Alberto quería, ya que México nunca puede abandonar la relación con EEUU. Es solo cuestión de mirar un mapa. Ahí Fernandez pecó de ingenuo”. 

Para cerrar un círculo entre las ideas de integración y antimperialismo, estas declaraciones de Álvaro García Linera que leí en diciembre me hicieron pensar: “El progresismo no es la superación de la cultura neoliberal. Es un proceso de lucha contra esa cultura. Con altibajos, ha avanzado en otros aspectos, pero en éste –y en otros más– aún no le ha dado la batalla. Hay casos en los que ni siquiera está presente como lucha parcial contra la cultura neoliberal. Allí, el dominio neoliberal es casi absoluto”.

Entonces –y acá va una reflexión mía–, siendo por definición Latinoamérica popular, antiimperialista, mestiza, marginal, dependiente, hasta que no genere una propia conciencia popular, del pueblo, de abajo para arriba, no estará realmente unida y no será realmente libre e independiente. Lo demás serán siempre iniciativas y proyectos en vano, creadas desde arriba hacia abajo –como la Celac, la Unasur, el Prosur–, desde cierta élite política, cultural o económica. Pero no pasarán de lo coyuntural, cortoplacista o quedará atado a la existencia humana de ciertos líderes carismáticos, populista y de corte caudillesco. O a lo sumo, estos líderes que se asuman como latinoamericanos, populares y/o progresistas deberán cristalizar una conciencia latinoamericana popular que invariablemente ya tiene que tener sus raíces populares o puede burbujear hacia la superficie en forma de estallidos (como el 2001 argentino –que no perduró como conciencia– o el 2018 chileno –que se está haciendo carne con la nueva Constitución). Pero por más allá que así lo hiciesen –por ejemplo Fidel Castro–, la batalla seguirá siendo subterránea, cultural, mental, hasta que cualquier persona que camine por la calle sepa menos de la historia europea que de la de sus vecinos latinoamericanos.

Buen comienzo de año.

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